miércoles, 26 de septiembre de 2012

CAPITULO 73: LOS ULTIMOS AÑOS DE DAVID

LA DERROTA de Absalón no trajo inmediatamente la paz al reino. Era tan grande la parte de la nación que se había unido a la rebelión, que David no quiso volver a la capital ni reasumir su autoridad sin que las tribus le invitasen a hacerlo. En la confusión que siguió a la derrota de Absalón, no se tomaron providencias inmediatas y decididas para llamar al rey, y cuando al fin la tribu de Judá inició el plan de hacer volver a David, se despertaron los celos de las otras tribus, y como consecuencia se desató una contrarrevolución. Pero ésta fue rápidamente sofocada, y la paz volvió a reinar en Israel.
La historia de David ofrece uno de los más impresionantes testimonios que jamás se hayan dado con respecto a los peligros con que amenazan al alma el poder, la riqueza y los honores, las cosas que más ansiosamente codician los hombres. Pocos son los que pasaron alguna vez por una experiencia mejor adaptada para prepararlos para soportar una prueba semejante. La juventud de David como pastor, con sus lecciones de humildad, de trabajo paciente y de cuidado tierno por los rebaños, la comunión con la naturaleza en la soledad de las colinas, que desarrolló su genio para la música y para la poesía, y dirigió sus pensamientos hacia su Creador; la prolongada disciplina de su vida en el desierto, que le hacían manifestar valor, fortaleza, paciencia y fe en Dios, habían sido cosas de las que el Señor se valió en su preparación para ocupar el trono de Israel. David había tenido preciosas indicaciones del amor de Dios y había sido abundantemente dotado de su Espíritu; en la historia de Saúl había visto cuán absolutamente inútil es la sabiduría meramente humana. No obstante, el éxito y los honores mundanos habían debilitado tanto el carácter de David que repetidamente fue vencido por el tentador. Las relaciones con los pueblos paganos provocaron un deseo de seguir las costumbres nacionales de éstos, y encendieron una ambición de grandeza terrenal. Como pueblo de Jehová, Israel había de recibir honores; pero a medida que aumentaron su orgullo y confianza en sí, los israelitas no se conformaron con esa preeminencia. Se preocupaban más por su posición entre las otras naciones. Este espíritu no podía menos que atraer tentaciones. Con el objeto de extender sus conquistas entre las naciones extranjeras, David decidió aumentar su ejército y requerir servicio militar de todos los que tuviesen edad apropiada. Para llevar a cabo este proyecto, fue necesario hacer un censo de la población. El orgullo y la ambición fueron lo que motivó esta acción del rey. El censo del pueblo revelaría el contraste que había entre la debilidad del reino cuando David ascendió al trono y su fortaleza y prosperidad bajo su gobierno. Esto tendería aun más a fomentar la ya excesiva confianza en sí que sentían tanto el rey como el pueblo. Las Escrituras dicen: "Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que contase a Israel." (Véase 1 Crónicas 21.) La prosperidad de Israel bajo el gobierno de David se debía más a la bendición de Dios que a la habilidad de su rey o a la fortaleza de su ejército. Pero el aumento de las fuerzas militares del reino daría a las naciones vecinas la impresión de que Israel confiaba en sus ejércitos, y no en el poder de Jehová. Aunque el pueblo de Israel sentía orgullo de su grandeza nacional, no vio con buenos ojos el proyecto de David de extender tanto el servicio militar. La leva propuesta causó mucho descontento; en consecuencia se creyó necesario emplear los oficiales militares en lugar de los sacerdotes y magistrados que anteriormente habían tomado el censo. El objeto de esta empresa era directamente contrario a los principios de la teocracia. Aun Joab protestó a pesar de que hasta entonces se había mostrado tan sin escrúpulos. Dijo él: "Añada Jehová a su pueblo cien veces otros tantos. Rey señor mío, ¿no son todos estos siervos de mi señor? ¿para qué procura mi señor esto, que será pernicioso a Israel? Mas el mandamiento del rey pudo más que Joab. Salió por tanto Joab, y fue por todo Israel; y volvió a Jerusalem." Aun no se había terminado el censo, cuando David se convenció de su pecado. Condenándose a sí mismo, dijo: "He pecado gravemente en hacer esto: ruégote que hagas pasar la iniquidad de tu siervo, porque yo he hecho muy locamente." A la mañana siguiente el profeta Gad le trajo a David un mensaje: "Así ha dicho Jehová: Escógete, o tres años de hambre , o de ser por tres meses deshecho delante de tus enemigos, y que la espada de tus adversarios te alcance; o por tres días la espada de Jehová y pestilencia en la tierra, y que el ángel de Jehová destruya en todo el término de Israel: mira pues qué he de responder al que me ha enviado." La contestación del rey fue: "En grande angustia estoy: ruego que caiga en la mano de Jehová, porque sus miseraciones son muchas, y que no caiga yo en manos de hombres." (2 Sam. 24: 14) La tierra fue herida por una pestilencia, que destruyó a setenta mil personas en Israel. La pestilencia no había llegado a la capital cuando "alzando David sus ojos, vio al ángel de Jehová, que estaba entre el cielo y la tierra, teniendo una espada desnuda en su mano, extendida contra Jerusalem. Entonces David y los ancianos se postraron sobre sus rostros, cubiertos de sacos" El rey imploró a Dios en favor de Israel: "¿No soy yo el que hizo contra el pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; mas estas ovejas, ¿qué han hecho? Jehová Dios mío, sea ahora tu mano contra mí, y contra la casa de mi padre, y no haya plaga en tu pueblo." La realización del censo había causado desafecto entre el pueblo; pero éste había participado de los mismos pecados que motivaron la acción de David. Así como el Señor, por medio del pecado de Absalón, trajo castigos sobre David, por medio del error de David, castigó los pecados de Israel. El ángel exterminador se había detenido en las inmediaciones de Jerusalén. Estaba en el monte Moria, "en la era de Ornán Jebuseo." Por indicación del profeta, David fue a la montaña, y edificó allí un altar a Jehová, "y ofreció holocaustos y sacrificios pacíficos, e invocó a Jehová, el cual le respondió por fuego de los cielos en el altar del holocausto." "Y Jehová se aplacó con la tierra, y cesó la plaga de Israel." (2 Sam. 24: 25.) El sitio en que se construyó el altar, que de allí en adelante había de considerarse como tierra santa para siempre, fue obsequiado al rey por Ornán. Pero el rey se negó a recibirlo. "No, sino que efectivamente la compraré por su justo precio: porque no tomaré para Jehová lo que es tuyo, ni sacrificaré holocausto que nada me cueste. Y dio David a Ornán por el lugar seiscientos siclos de oro por peso." Este sitio, ya memorable por ser el lugar donde Abrahán había construido el altar para ofrecer a su hijo, y era ahora santificado por esta gran liberación, fue posteriormente escogido como el sitio donde Salomón erigió el templo. Otra sombra aún había de obscurecer los últimos años de David. Había llegado a la edad de setenta años. Las penurias y vicisitudes de su vida errante en los días de su juventud, sus muchas guerras, los cuidados y las tribulaciones de sus años ulteriores, habían minado su vitalidad. Aunque conservaba su claridad y vigor mentales, la debilidad y la edad, con el consiguiente deseo de reclusión, le impedían comprender rápidamente lo que sucedía en el reino, y nuevamente surgió la rebelión a la sombra misma del trono. Otra vez se manifestó el fruto de la complacencia paternal de David. El que ahora aspiraba al trono era Adonía, hombre "de hermoso parecer" en su persona y porte, pero sin principios de ninguna clase, y temerario. En su juventud se le había sometido a muy poca restricción y disciplina; pues "su padre nunca lo entristeció en todos sus días con decirle ¿Por qué haces así?" (Véase 1 Reyes 1.) Ahora se rebeló contra la autoridad de Dios, que había designado a Salomón como sucesor de David en el trono. Tanto por sus dotes naturales como por su carácter religioso, Salomón estaba mejor capacitado que su hermano mayor para desempeñar el cargo de soberano de Israel; no obstante, aunque la elección de Dios había sido indicada claramente, Adonía no dejó de encontrar adherentes. Joab, aunque culpable de muchos crímenes, había sido hasta entonces leal al trono; pero ahora se unió a la conspiración contra Salomón, como también lo hizo Abiathar, el sacerdote. La rebelión estaba madura; los conspiradores se habían reunido en una gran fiesta en las cercanías de la ciudad para proclamar rey a Adonía, cuando sus planes fueron frustrados por la rápida acción de unas pocas personas fieles, entre las cuales las principales eran Sadoc, el sacerdote, Natán, el profeta, y Betsabé, la madre de Salomón. Estas personas presentaron al rey cómo iban las cosas y le recordaron la instrucción divina de que Salomón debería sucederle en el trono. David abdicó inmediatamente en favor de Salomón, quien fue en seguida ungido y proclamado rey. La conspiración fue aplastada. Sus principales actores habían incurrido en la pena de muerte. Se le perdonó la vida a Abiathar, por respeto a su cargo y a su antigua fidelidad hacia David; pero fue destituido del puesto de sumo sacerdote, que pasó al linaje de Sadoc. A Joab y Adonía se les perdonó por el momento, pero después de la muerte de David sufrieron la pena de su crimen. La ejecución de la sentencia en la persona del hijo de David completó el castigo cuádruple que atestiguaba el aborrecimiento en que Dios tenía el pecado del padre. Desde los mismos comienzos del reinado de David, uno de sus planes favoritos había sido el de erigir un templo a Jehová. A pesar de que no se le había permitido llevar a cabo este propósito, no había dejado de manifestar celo y fervor por esa idea. Había suplido una gran abundancia de los materiales más costosos: oro, plata, piedras de ónix y de distintos colores; mármol y las maderas más preciosas. Y ahora estos tesoros de valor incalculable, reunidos por David, debían ser entregados a otros; pues otras manos que las suyas iban a construir la casa para el arca, símbolo de la presencia de Dios. Viendo que su fin se acercaba, el rey hizo llamar a los príncipes de Israel y a hombres representativos de todas las partes del reino, para que recibieran este legado en calidad de depositarios. Deseaba hacerles su última recomendación antes de morir y obtener su acuerdo y su apoyo en favor de esta gran obra que había de llevarse a cabo. A causa de su debilidad física, no se había contado con que él asistiera personalmente a esta entrega; pero vino sobre él la inspiración de Dios y con aun mayor medida de fervor y poder que de costumbre pudo dirigirse por última vez a su pueblo. Le expresó su deseo de construir el templo y le manifestó el mandamiento del Señor de que la obra se encomendara a Salomón, su hijo. La promesa divina era: "Salomón tu hijo, él edificará mi casa y mis atrios. porque a éste me he escogido por hijo, y yo le seré a él por padre. Asimismo yo confirmaré su reino para siempre, si el se esforzara a poner por obra mis mandamientos y mis juicios, como aqueste día." "Ahora pues -dijo David,- delante de los ojos de todo Israel, congregación de Jehová, y en oídos de nuestro Dios, guardad e inquirid todos los preceptos de Jehová vuestro Dios, para que poseáis la buena tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos, después de vosotros perpetuamente." (Véase 1 Crónicas 28, 29.) David había aprendido por su propia experiencia cuán duro es el sendero del que se aparta de Dios. Había sentido la condenación de la ley quebrantada, y había cosechado los frutos de la transgresión; y toda su alma se conmovía de solicitud y ansia de que los jefes de Israel fuesen leales a Dios y de que Salomón obedeciese la ley de Dios y evitase los pecados que habían debilitado la autoridad de su padre, amargado su vida y deshonrado a Dios. David sabía que Salomón necesitaría humildad de corazón, una confianza constante en Dios, y una vigilancia incesante para soportar las tentaciones que seguramente le acecharían en su elevada posición; pues los personajes eminentes son el blanco especial de las saetas de Satanás. Volviéndose hacia su hijo, ya reconocido como quien debía sucederle en el trono, David le dijo: "Y tú, Salomón, hijo mío, conoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto, y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende toda imaginación de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre. Mira, pues, ahora que Jehová te ha elegido para que edifiques casa para santuario: esfuérzate, y hazla." David dio a Salomón instrucciones minuciosas para la construcción del templo, con modelos de cada una de las partes, y de todos los instrumentos de servicio, tal como se los había revelado la inspiración divina. Salomón era todavía joven y habría preferido rehuir las pesadas responsabilidades que le incumbirían en la erección del templo y en el gobierno del pueblo de Dios. David dijo a su hijo: "Anímate y esfuérzate, y ponlo por obra; no temas, ni desmayes, porque el Dios Jehová, mi Dios, será contigo: él no te dejará ni te desamparará." Nuevamente David se volvió a la congregación y le dijo "A solo Salomón mi hijo ha elegido Dios; él es joven y tierno, y la obra grande; porque la casa no es para hombre, sino para Jehová Dios." Y continuó diciendo: "Yo empero con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios," y procedió a enumerar los materiales que había reunido. Además dijo: "A más de esto, por cuanto tengo mi gusto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he aprestado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios; a saber, tres mil talentos de oro, de oro de Ophir, y siete mil talentos de plata afinada para cubrir las paredes de las casas." Y preguntó a la congregación que había traído sus ofrendas voluntarias: "¿Quién quiere hacer hoy ofrenda a Jehová?" La asamblea respondió con buena voluntad. "Entonces los príncipes de las familias, y los príncipes de las tribus de Israel, tribunos y centuriones, con los superintendentes de la hacienda del rey, ofrecieron de su voluntad; y dieron para el servicio de la casa de Dios cinco mil talentos de oro y diez mil sueldos, y diez mil talentos de plata, y dieciocho mil talentos de metal, y cinco mil talentos de hierro. Y todo el que se halló con piedras preciosas, diólas para el tesoro de la casa de Jehová, . . . y holgóse el pueblo de haber contribuido de su voluntad; porque con entero corazón ofrecieron a Jehová voluntariamente. "Asimismo holgóse mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, de uno a otro siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia, y el poder, y la gloria, la victoria, y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y la altura sobre todos los que están por cabeza. Las riquezas y la gloria están delante de ti, y tú señoreas a todos: y en tu mano está la potencia y la fortaleza, y en tu mano la grandeza y fuerza de todas las cosas. "Ahora pues, Dios nuestro, nosotros te confesamos, y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosa semejante? porque todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días cual sombra sobre la tierra, y no dan espera. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos aprestado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada: por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, que aquí se ha hallado ahora, ha dado para ti espontáneamente. "Jehová, Dios de Abraham, de Isaac, y de Israel, nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti. Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te edifique la casa para la cual yo he hecho el apresto. "Después dijo David a toda la congregación: Bendecid ahora a Jehová vuestro Dios. Entonces toda la congregación bendijo a Jehová Dios de sus padres, e inclinándose adoraron delante de Jehová, y del rey." Con el interés más profundo el rey había reunido aquellos preciosos materiales para la construcción y para el embellecimiento del templo. Había compuesto los himnos gloriosos que en los años venideros habrían de resonar por sus atrios. Ahora su corazón se regocijaba en Dios, al ver como los principales de los padres y los caudillos de Israel respondían tan noblemente a su solicitud, y se ofrecían para llevar a cabo la obra importante que los esperaba. Y mientras daban su servicio, estaban dispuestos a hacer más. Añadieron al tesoro más ofrendas de su propio caudal. David había sentido hondamente su propia indignidad para reunir el material destinado a la casa de Dios, y le llenaba de gozo la expresión de lealtad que había en la pronta respuesta de los nobles de su reino, cuando con corazones solícitos ofrecieron sus tesoros a Jehová, y se dedicaron a su servicio. Pero sólo Dios era el que había impartido esa disposición a su pueblo. Sólo él, y no el hombre, debía ser glorificado. Era él quien había provisto al pueblo con las riquezas de la tierra, y su Espíritu les había dado buena voluntad para traer sus cosas preciosas en beneficio del templo. Todo era del Señor, y si su amor no hubiese movido los corazones del pueblo, los esfuerzos del rey habrían sido en vano y el templo no se habría construido. Todo lo que el hombre recibe de la bondad de Dios sigue perteneciendo al Señor. Todo lo que Dios ha otorgado, en las cosas valiosas y bellas de la tierra, ha sido puesto en las manos de los hombres para probarlos, para sondear la profundidad de su amor hacia él y del aprecio en que tienen sus favores. Ya se trate de tesoros o de dones del intelecto, han de depositarse como ofrenda voluntaria a los pies de Jesús y el dador ha de decir como David: "Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos." Aun cuando sintió que se acercaba su muerte, siguió preocupándose David por Salomón y el reino de Israel, cuya prosperidad iba a depender en gran manera de la fidelidad de su rey. Entonces "mandó a Salomón su hijo, diciendo: Yo voy el camino de toda la tierra: esfuérzate, y sé varón. Guarda la ordenanza de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, y sus derechos y sus testimonios, .. para que seas dichoso en todo lo que hicieres, y en todo aquello a que te tornares; para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus hijos guardaren su camino, andando delante de mí con verdad, de todo su corazón, y de toda su alma, jamás, dice, faltará a ti varón del trono de Israel." (1 Rey. 2: 14) Las "postreras palabras" de David que hayan sido registradas, constituyen un canto que expresa confianza, principios elevados y fe imperecedera: "Dijo David hijo de Isaí, Dijo aquel varón que fue levantado alto, el ungido del Dios de Jacob, el suave en cánticos de Israel: El Espíritu de Jehová ha hablado por mí,... El señoreador de los hombres será justo, señoreador en temor de Dios, será como la luz de la mañana cuando sale el sol, de la mañana sin nubes; cuando la hierba de la tierra brota por medio del resplandor después de la lluvia. No así mi casa para con Dios: Sin embargo él ha hecho conmigo pacto perpetuo, Ordenado en todas las cosas, y será guardado; bien que toda esta mi salud, y todo mi deseono lo haga él florecer todavía." (2 Sam. 23: 1-5.) Grande había sido la caída de David; y profundo fue su arrepentimiento; ardiente su amor, y enérgica su fe. Mucho le había sido perdonado, y por consiguiente él amaba mucho. (Luc 7: 47)
Los salmos de David pasan por toda la gama de la experiencia humana, desde las profundidades del sentimiento de culpabilidad y condenación de sí hasta la fe más sublime y la más exaltada comunión con Dios. La historia de su vida muestra que el pecado no puede traer sino vergüenza y aflicción, pero que el amor de Dios y su misericordia pueden alcanzar hasta las más hondas profundidades, que la fe elevará el alma arrepentida hasta hacerle compartir la adopción de los hijos de Dios. De todas las promesas que contiene su Palabra, es uno de los testimonios más poderosos en favor de la fidelidad, la justicia y la misericordia del pacto de Dios. El hombre "huye como la sombra, y no permanece," "mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre." "La misericordia de Jehová desde el siglo hasta el siglo sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra." "He entendido que todo lo que Dios hace, eso será perpetuo." (Job 14: 2; Isa 40: 8; Sal. 103: 17, 18; Ecl 3: 14) Grandes y gloriosas fueron las promesas hechas a David y a su casa. Eran promesas que señalaban hacia el futuro, hacia las edades eternas, y encontraron la plenitud de su cumplimiento en Cristo. El Señor declaró: "Juré a David mi siervo, diciendo: . . . Mi mano será firme con él, mi brazo también lo fortificará.... Y mi verdad y mi misericordia serán con él; y en mi nombre será ensalzado su cuerno. Asimismo pondré su mano en la mar, y en los ríos su diestra. El me llamará: Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salud. Yo también le pondré por primogénito, alto sobre los reyes de la tierra. Para siempre le conservaré mi misericordia; y mi alianza será firme con él. Y pondré su simiente para siempre, y su trono como los días de los cielos." (Sal. 89: 3, 21- 29.) "Juzgará los afligidos del pueblo, salvará los hijos del menesteroso, y quebrantará al violento. Temerte han mientras duren el sol y la luna, por generación de generaciones. . . . Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Y dominará de mar a mar, y desde el río hasta los cabos de la tierra. . . . Será su nombre para siempre, Perpetuaráse su nombre mientras el sol dure: Y benditas serán en él todas las gentes: Llamarlo han bienaventurado." (Sal. 72: 4-8, 17.) "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz." "Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin." (Isa. 9: 6; Luc. 1: 32, 33) 

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